viernes, 18 de julio de 2014

LA ESQUINA DE LAS DOS PILITAS,

o una versión de su historia...


Las historias que se esconden detrás de los nombres de las esquinas de Caracas son ingeniosas. Los caraqueños han sido ocurrentes desde siempre y colocarle el nombre a las calles no escapó de su creatividad...

ESQUINA DE LAS GRADILLAS SIGLO PASADO



Cuenta Don francisco Herrera Luque: A mediados del siglo VXIII, Caracas apenas desbordaba su límite occidental del Caroata, con casuchas de mal vivir que en 1942 fueron sustituidas por la urbanización El Silencio. Hacia el Este, la ciudad llegaba hasta el Catuche, un poco más allá de la Plaza Candelaria; hacia el Sur bajaba desordenadamente hasta el Guaire, y hacia el Norte buscando el camino de La Guaira iba sembrando casas y esquinas hasta la iglesia de la Pastora. La esquina conocida hoy como Las Dos Pilitas era paso obligado de los que iban y venían del puerto. Allí vivían dos hermanas muy bonitas y alborotadas que, aunque parezca extraño, tenían un mismo dueño. Los viajeros, so pretexto de que era la primera casa que se topaban luego de tan largo viaje, se detenían en la casa de las dos hermanas, pidiendo agua de beber para ellos y para sus bestias.

Viajero:

  - Buenas… buenas…

Dúo de mujeres:

  - ¿Quién es?

Viajero:

  - Gente de paz…

Mujer 1:

  - Guá, si es nada menos que Filemón…

Mujer 2:

  - Filemón, muchacho, ¿de dónde vienes?

Viajero:

  - Del Puerto; pero vengo muerto de sed, ¿me pueden dar un poquito de agua, tanto a mí como a la bestia?

Mujer 1: (Coqueta)

  - Y más que fuera, Filemón… Pasa pa’ dentro y sírvete tú mismo en el tinajero… y pasa tu bestia hasta la pila…

Viajero:

  - Gracias, m’ija. De no ser por don Santiago me lo pasaría todo el día en esta casa.

Mujer 2: (Con temor)

  - Hablando del Rey de Roma…

Don Santiago: (Colérico)

  -¡¿Se puede saber qué hace este hombre en casa de mis mujeres?!...

Mujer1:

  - Ay, m’ijo, cumpliendo el precepto: dando de beber al sediento. ¿No es acaso pecado negarle el agua a quien tiene sed?

Don Santiago, que además de bígamo y rico era muy religioso, ya que era familiar del Santo Oficio, resolvió el problema de la bebedera de agua instalando en la esquina donde estaba la casa dos piletas de agua o dos pilitas para que en ella saciasen su sed los hombres y bestias que pasaban por el camino.

Don Santiago:

  - De esta manera soy misericordioso y también precavido.

PUENTE CARLOS III

La historia, sin embargo, no fue tan sencilla como la hemos narrado, y como la censura no permite ciertos juegos de palabras, y mucho menos mención de ellas, permítasenos recurrir a otra historia que trae el escritor Stefan Zweig: la que se refiere a la iglesia de las Dos Hermanas. Si mal no recuerdo, fue en Florencia o en algún lugar de Italia donde aconteció este hecho tan memorable. Vivían en esa ciudad dos hermanas gemelas de singular belleza, tan parecida la una a la otra que ni sus propios padres podían distinguirlas con facilidad. Víctimas ambos de la peste negra que en la Edad Media acabó con la tercera parte de la población europea, las dos muchachas se quedaron en medio de la mayor pobreza. Una de ellas, a quien llamaremos Juana, la tomó por hacer caridad, cuidando a los enfermos y en particular a los leprosos. Todo el mundo se hacía lenguas de la bondad de aquella bellísima mujer, que en vez de sacarle mejor partido a sus encantos se la pasaba entre los desheredados de la suerte. Al poco tiempo su santidad era célebre en los más lejanos países, siendo innumerables los enfermos incurables que acudían a ella en busca de alguna curación para sus males.

La otra hermana, llamada Dulcinea, aunque tenía la misma belleza de su gemela, pensaba de manera diferente; celosa del prestigio de su hermana, la beata, decidió encontrar el camino de la celebridad por el camino opuesto, ingresando de cuerpo entero a la profesión más antigua del mundo.

Si su hermana había ingresado en un convento, la otra lo hizo en una casa de placer; encontrando tanto éxito de cortesana, como su hermana de milagrera. A pesar de tener dos vidas tan diferentes y opuestas, las dos gemelas se querían entrañablemente, celebrando a menudo diálogos controversiales y de intención persuasiva sobre el oficio que cada una practicaba:

Juana:

  - ¡Ay, Dulcinea, deja ya esa vida de pecado y vente conmigo a curar a los enfermos! Si tú supieses la alegría y bienestar que me posee cuando lavo una herida o curo un absceso, no lo pensarías ni un momento.

Dulcinea: (Luego de una carcajada)

  - ¡Hermana mía, estás loca como una cabra! ¿Cómo puedes encontrar contento entre tanta inmundicia y dolor? Vida es la que yo llevo. Fíjate esta cadena de oro que me ha enviado un príncipe germánico, de lo más guapo, con quien tengo contrato para esta noche. Si vieras lo que yo disfruto. Noches de amor, llenas de fragancia, música y licores… Ésta sí que es vida…

Juana:

  - Apártate, hermanita mía, de esa senda de pecado… el infierno te espera…

Dulcinea: (Burlona)

- Y a ti una enfermedad terrible… Tarde o temprano te contagiarás con alguna de esas horribles lacras que te has dedicado a curar…

PILA EN PUENTE CARLOS III
Día tras día, mes tras mes, año tras año las dos hermanas trataban de persuadirse mutuamente de que la una siguiese los pasos de la otra; hasta que un día la casquivana Dulcinea dijo a la bella y bondadosa Juana: Para ser santo hay que ponerse a prueba. Es muy fácil mantenerse sin apetitos, comiendo mendrugos, envuelta por malos olores y oyendo lamentaciones. Yo misma en esas condiciones terminaría imitando en su castidad a Genoveva de Brabante…

Juana:

  - No blasfemes, hermana… No digas disparates…

Dulcinea: (Enérgica)

  - ¿Cómo que disparates, si te estoy diciendo la verdad? ¿Cómo puedes hablar tú de fortaleza, continencia y castidad, encasillada como estás en medio de tanta desgracia y suciedad? Yo creería en ti si luego de bañarte con jabón de olor, de sentir sobre tu cuerpo un enervante masaje, te vistieras con las mejores sedas; y en medio de un salón mullido, con laúdes al fondo, resistieses los requiebros de guapo mozo como el que me ha de acompañar esta noche. Quisiera verte luego de escanciar algunas copas de vino, de saborear delicados manjares, de atender risas y melindres de este joven cuya belleza es famosa en cien leguas a la redonda…

Juana: (Firme)

  - Sería igual. La voluntad del hombre puede más que las tentaciones de Satanás.

Dulcinea: (Insinuante)

  - Pruébamelo, entonces… Ocupa tú mi lugar por esta noche… Al fin y al cabo somos iguales como dos gotas de agua. Te bañarás y te arreglarás para la entrevista como si fuese yo misma; beberás el vino que guardaba para tales efectos… Si eres capaz de resistir la tentación hasta la salida del sol, te prometo dejar esta vida y entregarme de cuerpo y alma al servicio de Dios y de los menesterosos.

Juana:

  - ¿Me lo juras?

Dulcinea:

  - Jurado está…

Juana:

  - Bien. Estoy dispuesta para la prueba…

Dulcinea:

  - Tú, a cambio, debes prometerme otra cosa a cambio; si sucumbes a los encantos del joven encantador, deberás compartir conmigo esta vida de cortesana.

Juana:

  - Te lo prometo. Sé que saldré triunfante y recuperará la oveja descarriada para el rebaño del Señor… Presta estoy para la prueba.

Juana se vistió como Dulcinea; paladeó el vino y conversó hasta el alba con el mozo del cuento. Al salir el sol apareció

Dulcinea:

  - ¿Y bien, hermana mía?

Juana: (Entre sollozos)

  - He perdido, Dulcinea… he perdido… he sucumbido a las tentaciones.

Cuenta la leyenda que las dos gemelas hicieron fortuna en la explotación de su industria. Al llegar a viejas, arrepentidas de sus pecados, fabricaron un convento a sus expensas con dos torres gemelas: la célebre iglesia de Las Dos Hermanas, y hasta el fin de sus días se dedicaron a cuidar enfermos y ayudar a los menesterosos. Con las dos hermanas, en cuya esquina su celoso dueño puso dos piletas, sucedió otro tanto. Muerto el hombre, siguieron los pasos de las damas florentinas. El pueblo caraqueño, un poco procaz, le puso nombre al sitio. Pero como era in-mencionable, el catastro prefirió asentar que la esquina de las dos alegres mujeres se llamaría de allí en adelante:

LA ESQUINA DE LAS DOS… PILITAS.




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