domingo, 24 de agosto de 2014

HACIENDAS Y TRAPICHES,

algo para el recuerdo...


En las tierras ocupadas por los encomenderos y sus descendientes se fundaron las haciendas y trapiches; éstas fueron las unidades de explotación económico-social más importantes del período colonia y hasta la aparición del petróleo…
JotaDobleVe



Transcripción de:
 Guillermo Sáez Álvarez

Por la ventana abierta, el campesino amanecer iba esparciendo dentro del cuarto, junto con su hálito generoso, su turbia claridad. De los contornos venían ecos de labor madrugadora: voces de gañán que buscaba por entre los tablones el buey cerrero que en la noche se soltó, mujidos de vacas en el ordeño, palabras aisladas en el silencio, el trabajoso rodar de un carro tempranero por los callejones, el sordo rumor de la molienda nocturna, allá en el trapiche. A ratos oíase el griterío de las bandadas de pericos que empezaban a salir de la montaña. Cantaban los gallos; a una bronca clarinada próxima, más allá , otra, clara y vibrante, y otra a los lejos, apagada y quejumbrosa, como un ayear.

    - Un reborde de luz corría por detrás de los montes haciendo resaltar la cresta de Los Picos de Naiguatá, las lomas rotundas de La Silla la línea ondulante de las serranías del sur, y en el abra próxima donde El Avila sumía sus últimas estribaciones, un alba sin arreboles se iba levantando y encendiendo. Abajo, en la noche remisa del valle, blanqueaban los cañaverales de “Los Mijaos”, en torno a la sombra vigilante del torreón del trapiche, en cuyo extremo se alzaba un fantástico árbol de humo. En los ranchos comenzaban a brillar los hogares.

    - El aire sereno del amanecer comenzaba a removerse, oloroso a tierras recién volteadas, a estiércol refrescado al relente de la noche a bagazo rezumante, y a ratos traía envuelta en un áspero tufo de alambique y de cachaza, la caliente fragancia de melado que hervía en las pailas de la oficina, o de la montaña cercana, el olor agreste y sabroso del matorral serenado.

    - anduvo a través de los campos de la hacienda, cruzando los rastrojos de donde se levantaban a su paso bulliciosas bandadas de capanegras y de tordos, saltando por encima de los tablones recién surcados metiéndose por entre los cañaverales, evitando el encuentro de la gente que discurría por los callejones, para saborear a solas el interno deleite de exaltadas imaginaciones. Luego remontó el cauce de un arroyo que bajaba del monte, trepando descalzo por la piedras bruñidas por las chorreras hasta un paraje sombrío donde había un ojo de agua.

Manaba esta en el cuenco de una roca revestida de musgos y de helechos; grupos de bejucos colgaban de los altos y coposos árboles que tendían por encima un toldo de frescura y de recogimiento; atravesado en el cauce pudríase el tronco añoso de un jabillo derribado, y por debajo de él, la hebra del arroyo se deslizaba con un ruido suave hacia un remanso obscuro. El ambiente era frio y denso a la luz tamizada por el follaje, tenía tonos verdinegros; más allá, cauce arriba de la seca torrentera, lucían manchas de sol en los claros del bosque. Un suave rumor nocturno de élitros en las espesuras marcaba el ritmo apacible de aquel silencio lleno de solemnidad y de misterio.

Fuente:
El Ultimo Solar
La Geografía Venezolana en la obra de Rómulo Gallegos
Por Juan Liscano.

Transcripción de:
 Guillermo Sáez Álvarez,
el 16-08-2014.




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