jueves, 19 de junio de 2014

¡EPA, ISIDORO!,

o el último cochero de la Caracas...


Isidoro Cabrera fue el último cochero de la Caracas de los techos rojos y casas de grandes corredores que identificaron a la capital de Venezuela hasta la segunda mitad del siglo XX.

EL COCHE DE ISIDORO CABRERA


Por Stefany Da Costa Gomez Nadal,
4 de mayo 2013

Isidoro Cabrera fue el último cochero que por nuestra ciudad anduvo, recogiendo caraqueños perdidos por allá a finales del S. XIX. Cómo me hubiera encantado ser, alguna de esas pasajeras, que por un par de monedas disfrutó Caracas, la de los techos rojos, desde la parte de atrás de su “Victoria” inglesa, aquella que le regaló el general Ignacio Andrade.

Y es que Isidoro fue cómplice mudo de mil y un historias de nuestra capital. Llenando su coche de jóvenes enamorados, se iba a llevar serenatas a las muchachas risueñas, que trémulas esperaban ocultas en las ventanas a sus amados, rogando no ser descubiertas por sus padres. Otra veces, el coche se engalanaba con la presencia del mismo Presidente de la República, que cansado buscaba llegar a su casa. Y qué me dicen de las noches, en que más de un desvelado bohemio contrató a Isidoro para que lo llevara de bar en bar, de tasca en tasca, de serenata en serenata, hasta que la primera luz de la mañana los encontraba por allá, en la Esquina de Las Monjas, cantando a todo pulmón al ritmo del acordeón y la guitarra.

Si el coche de Isidoro hablara, cuántas anécdotas nos revelaría. Por más de cincuenta y seis años, este hombre deambuló por Caracas con su carro arrastrado por dos caballos, llevando a medio mundo por las singulares calles de la ciudad. Y cuando digo medio mundo, no lo digo por decir, ya que la lista de nombres famosos que se sentaron a su lado es extensa y pasa por personajes como José Gregorio Hernández, Cipriano Castro, Andrés Eloy Blanco y hasta el propio Billos (que inmortalizaría a nuestro personaje con una muy famosa canción). Y es que sesenta años al servicio de Caracas, fue tiempo suficiente para verla crecer, producir hombres y mujeres que dejaron marca en nuestra historia, y por sobre todo, para verla cambiar del rojo de los techos al gris del pavimento.

Sentarse a tomar un café con Isidoro, ahora en el año 2013, y preguntarle qué opina de su hoy transmutada ciudad, sería uno de mis sueños. Porque sin duda no creo que haya en nuestra historia otro hombre más enamorado de esta capital malquerida y cambiante que lleva por nombre Caracas.

Pero como cumplir ese sueño se me hace imposible, no me queda otra que sentarme a admirar su coche “roto y viejo” que descansa en el Museo del Transporte, mientras tarareo bajito: “¡Epa Isidoro, buena broma que me echaste, el día que te marchaste, sin acordarte de mis serenatas!”


EPA ISIDORO POR BILLO

Basado en: Estampas Caraqueñas

Tomado de: El blog de Urbanimia.



1 comentario:

  1. Querido JW:

    Saludos a todos por Holanda.

    Algo vi en la internet publicado por ti sobre la vieja Caracas e Isidoro y de inmediato me acorde de algo que no se si te conté alguna vez, y que creo te interesara por lo anecdótico.

    Yo y mis dos hermanos Oscar y Daniel nacimos sobre la mesa de comer en una casa de la Avenida Zuloaga en Los Rosales, detrás de esa casa, después del corral quedaban dos haciendas La Ibarra y La Zuloaga.

    Por ser nosotros nietos de Italiano los tres nacimos rubios y de ojos claros, y por piojosos nos pelaban a rape, y a la edad de siete, cinco a seis años todos los vecinos nos llamaban “los musiuitos”.

    Cada mañana en los días de semana salvo los lunes, muy temprano nos despertaba una campana, corríamos de la cama a la puerta y allí nos esperaba un coche con un cochero que nos llamaba “vengan musiues” y nos daba la vuelta a la manzana, de allí al baño , a desayunar y al colegio

    Eso paso durante mas o menos un año

    Mi madre nos contó cuando una vez se recordó eso en familia que el cochero era Isidoro Cabrera quien conoció a mi padre porque pasaba todos los días frente a la casa vía la hacienda de atrás donde tenía un lugar para sus caballo, para guardarlos muy temprano en la mañana y que uno de esos días estando nosotros afuera con mi padre nos ofreció una vuelta a la manzana, lo cual hizo y siguió haciendo durante casi todo ese año, casi todos los días

    Lo recuerdo como un gigante de barba, bonachón y ronco y a quien creíamos la encarnación del propio San Nicolás

    Simplemente dejo de tocar su campana y desapareció de nosotros, quizá se mudó de sitio de guardar sus caballos

    De la hacienda de los Zuloaga solo queda hoy una casa grande de la familia en la Av. Zuloaga y de la Hacienda Ibarra el Trapiche que es hoy la piscina de la Universidad Central

    Un fraterno abrazo,

    Eduardo

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