o una historia verdadera…
"Las desgracias que podemos soportar vienen del exterior: son accidentes. Pero sufrir por nuestras propias faltas... ¡Ah!, ahí está el tormento de la vida"- Oscar Wilde-
Por: Guillermo Sáez Álvarez
No me gusta hablar de tragedias, pero lo que pudo ser una gran tragedia dentro de la familia se convirtió en algo milagroso y para quien lo dude, voy a contarles un accidente en el cual me vi involucrado junto a mi esposa, una hija embarazada y un nieto de pocos años.
Pocos minutos antes del accidente, habíamos dejado a una hermana y un cuñado en su apartamento, luego de una reunión familiar.
Fue un diciembre de 1980 si mal no recuerdo. Íbamos en un Dodge Coronet año 1959, un carro clásico que dejó de fabricarse por ser lo que llaman los norteamericanos tamaño completo. Tenía un largo de 5.70 mts y cabían cómodamente 6 personas. Los amigos, por broma lo llamaban EL BATIMOVIL, aludiendo al carro de Batman. Era un carro excelente para viajar pues sus asientos eran mullidos y grandes.
Tomamos la autopista Francisco Fajardo, cuando a la altura de Los Ruices comenzó a parpadear la luz roja que podía ser la correa del ventilador rota, (El motor del carro estaba recién anillado) u otra cosa por lo cual hice la maniobra para detenerme en el hombrillo cuando de pronto sentimos que nos volcábamos. Con el aturdimiento no supimos más nada aunque ninguno perdió el conocimiento.
El carro estaba como se dice patas arriba. Pensé en mi pequeño nieto que venía detrás que quedó atrapado entre el asiento de atrás y el de adelante. Pensé lo peor, pero hice esfuerzos por sacarlo y lo logré. Salimos todos por lo que había quedado del vidrio trasero con la cabeza llena de partículas de los restos del vidrio que afortunadamente eran redondas.
Ya mi esposa y Maigualida habían salido de igual forma. Elena gritaba con una crisis nerviosa y ya la gente comenzaba a arremolinarse a nuestro alrededor. Y aquí es donde digo que salimos vivos de milagro, pues estábamos en una laguna de 80 litros de gasolina que acababa de echar donde cualquier chispita hubiera sido nuestro fin inevitable, ya que la explosión de 80 litros de combustible, de haberse producido, nos hubiera freído a todos en pocos minutos sin que nadie pudiera evitarlo.
Dentro del público ansioso de ver qué pasó, una señora caritativa nos llevó al hospital Pérez de León donde examinaron a Maigualida de emergencia por ser la que requería atención médica por estar embarazada. Solo tenía un chichón en la cabeza y todos los demás salimos ilesos. Solo mi brazo izquierdo se me inflamó un poco. A los pocos minutos llegaron mis familiares, entre ellos el doctor Alberto Padua, precisamente a quien le compré el carro. Al chofer que nos chocó no lo vi nunca y solo supe que era hijo del Dr. Francisco Ramírez, oftalmólogo que ya yo conocía.
Solo nos dijeron que era dueño del carro y propietario de una óptica llamada Óptica Miranda bajo el puente de las fuerzas Armadas. El abogado que nos representó fue un amigo de mi cuñado, el doctor Padua. El carro lo dejé abandonado en el estacionamiento de Tránsito y salvo una vez que fui a verlo No quise saber más nada de él. El seguro apenas si cubrió lo que costó el carro que mi cuñado me lo había vendido a precio de gallina flaca y tuve que hacerle el motor. Pero desde ese día creo en los milagros.
Por: Guillermo Sáez Álvarez.
Agosto 2014.
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