o la higiene personal en la época de Luis XIV...
Se discutía, recién descubierta la América, si los indios, eran “hombres o animales”, el Papado Romano nombró una comisión para estudiar el tema… Uno de los informes culminaba así: “… y figurese su santidad, cuán animales serán que báñanse todos los días.”
–JotaDobleVe-
Por: Guillermo Sáez Álvarez
Cuando mi padre viajó a Francia en 1947 con el cargo de Cónsul General en el puerto Le Havre; sin importar el clima, continuó con su costumbre de bañarse cada mañana al levantarse. Aunque él junto a mi abuela y 3 hermanas vivieron en hoteles, durante el tiempo que permaneció en su cargo, la noticia de que el nuevo Cónsul se bañaba todos los días corrió como pólvora, y mi padre pasó a ser un espécimen raro por una costumbre que para los franceses, durante siglos no acostumbraban hacer y en su lugar, solo se restregaban con una toalla húmeda.
Visitar el cuarto de baño, realizar nuestras necesidades fisiológicas, es hoy día un acto cotidiano, pero lo que en la actualidad es un hábito, hace varios siglos era cosa extraña, y justamente lo contrario, la falta de higiene era la norma.
El pensamiento que privaba por esas épocas era que bañarse, según los médicos era perjudicial para la salud. Según esto, la cabeza solo debía lavarse cada 20 días, y el baño completo, solo una vez al año. Así, cuando les tocaba había un orden pre establecido, y que en una gran bañera, en primer lugar le tocaba al padre, en segundo lugar a la madre y en tercer lugar a los hijos. Ya cuando les llegaba el turno a los hijos, la gran bañera era un pozo de mugre.
El palacio de Versalles es quizás el símbolo mas famoso del absolutismo francés de Luis XIV.
Construido entre 1661 y 1692, lo que comenzó siendo un palacete de caza, se transformó rápidamente en el hogar de la Corte del rey francés.
La suntuosidad y belleza de dicha construcción, que sufrió varias modificaciones durante los siglos XVI, XVII y XVIII, y lugar casi obligado de visita para las miles de personas que van a conocerlo diariamente, y que se quedan boquiabiertas, la gran mayoría desconocedoras de que dicho palacio no posee instalaciones sanitarias.
En dicho palacio, rodeado de jardines, fuentes de aguas e infinidad de obras de arte que superan en número al Museo El Louvre, llegaron a trabajas 20.000 personas y de verdad que sentimos nauseas, cuando pensamos que dicho personal tenía que orinar y defecar en los pasillos, y la gente que pasaba en esos instantes debía mirar hacia otro lado, ignorando o haciendo un esfuerzo por ignorar lo que acababan de ver.
En 1715, el rey dictó un decreto, según el cual las heces debían retirarse una vez por semana, obligándolos de hecho a tirar los residuos por las ventanas, para luego ser recogidos y tirarlos al Sena.
¿Pero que hacían los miles de invitados, la gran mayoría de clase noble, que asistían a las fastuosas fiestas que se celebraban en palacio?
Quizás no les quedaba otro remedio que salir a los jardines y esconderse detrás de alguna fuente o un árbol.
Los nobles, para disimular el mal olor, utilizaban perfumes, polvos de arroz, para tapar las impurezas el rostro, y esponjas o pastas de hierba para las axilas.
Era común que los hombres que se dedicaban a labores de limpieza de inmundicias, estuvieran infectados de pulgas y piojos que se sacaban unos a otros.
Es obvio que la falta absoluta de higiene no era cuestión de dinero, pues bastantes remodelaciones se le hicieron al Palacio de Versalles. Tampoco falta de cloacas que en París son famosas y la colocación de sanitarios y tuberías era menos costoso que cualquier remodelación.
Era sencillamente que ningún rey se ocupó de hacerlo por razones incomprensibles o sentían placer por los malos olores.
Hasta aquí la nauseabunda historia
de la nobleza cortesana de Luis XIV.
Por: Guillermo Sáez Álvarez,
24.08-2014.
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