o por el eterno Guaraira Repano
Para aquellos que leen por primera vez estas historias, voy a contarles que desde muchacho ya conocía todos esos caminos, y quien no los conoce se encuentra con muchas sorpresas.
Por: Guillermo Sáez Álvarez
La primera vez que transité por ellos nos acompañaba como guía el hermano Lanz, del Colegio San Ignacio de Loyola. Yo tendría como máximo 12 años. El hermano Lanz fue mi profesor y siempre subía tocando su flauta. Era chiquito y gordito, pero tenía una gran resistencia.
Varios años después los paseos eran con mis amigos, el mayor de los cuales no llegaba a 20 años. Voy a contarles la ruta que seguíamos para aquellos que se animen, aunque es probable que con el tiempo hayan cambiado muchas cosas.
Una tarde salimos Onzalo a quien le decíamos pata de borracho, Arévalo a quien apodábamos El Colombiano, Peñaloza (a) media jarra y por supuesto, este servidor. Onzalo nos había dicho que esa noche podíamos dormir en casa de unos amigos que criaban ganado vacuno, para continuar al amanecer.
Les hablaré con lujo de detalles y paso a paso la excursión que íbamos s emprender a ver si se animan, aunque es posible que las cosas hayan cambiado como ya dije ya que de eso hacen muchos años.
Pero ya verán que en esa montaña llamada Guaraira Repano por los antiguos pobladores, pero que la gente llama El Ávila hay bastantes sorpresas.
Lógicamente todo el trayecto hasta el Litoral Central se hace en el carrito de Fernando o sea un ratito a pié y otro caminando.
El camino que elegimos comienza en La Puerta de Caracas, llamada así porque antes de haber carretera, era la única entrada a Caracas para luego subir por el camino de los españoles. Por allí llegó Pérez Bonalde en coche, por supuesto después de un largo destierro y fue donde se inspiró para escribír su célebre poema Vuelta a la Patria de donde extraigo estas estrofas:
Caracas, allí esta, sus techos rojos/ su blanca torre, sus azules lomas/y sus bandas de tímidas palomas/ que hacen nublar de lágrimas mis ojos.
Luego de este recuerdo continuamos nuestra caminata hasta pasar por un sitio que despide un olor no muy agradable: es la Cueva de los Chivos, nombre este bautizado así por los pobladores criadores de chivos, quienes inventaron la leyenda de que los chivos enfermos, antes de morir, entraban a la cueva para esperar allí la muerte. Esta leyenda era muy conveniente para ellos, que sacrificaban a los animales para vender la carne en La Puerta e Caracas, y por comodidad, lanzaban los huesos a la cueva, los cuales al descomponerse, despedían ese perfume que hiere nuestros olfatos.
Más adelante, casi entrada la noche llegamos casa del amigo de Onzalo, quien nos recibió muy amablemente, pero el único sitio para pasar la noche era un potrero abandonado, el cual limpiamos y acomodamos lo mejor posible, y cansados como estábamos, nos acomodamos para dormir .
El problema era, no lo incómodo, sino que después de media noche, el frío que no habíamos tomado en cuenta, baja a menos de 15 grados, y sin un abrigo, fue imposible, moptivo por el cual pasamos una noche de perros, caminando y trotando, con el agravante de tener que continuar nuestro camino al amanecer hasta llegar a Los Castillitos, ruinas de antiguos fortines y bastante visitado. Como de estas ruinas se ve el mar, servían de vigilancia por posible visita de piratas.
Allí descansamos un rato, y con el solcito, nos recuperamos bastante como para continuar.
Primero se pasa por Hoyo de la Cumbre, una hondonada bastante profunda, y de allí en adelante el camino es plano. Lo primero que uno encuentra es una casa bastante antigua con un gran patio para secar el café, ya que en ese sector había una hacienda del referido grano.
Seguimos nuestro camino hasta llegar a Los Venados, por donde baja un riachuelo de limpias y transparentes aguas, aptas para el consumo y nuestro sitio escogido para almorzar. Allí además de comer, nos refrescamos y recuperamos fuerzas.
Desde Los Venados puede seguirse hasta Knoche, donde están las momias del Dr. Koche, bajar a Galipán o continuar camino hasta Maiquetía. Nos decidimos por llegar a Maiquetía, y de allí hasta Macuto, darnos un baño de playa y emprender el camino de regreso Por cierto que en la playa, los ricos construían frente a sus casas, kioscos, donde por penetrar en uno, un tipo armado, obviamente un vigilante, quizás pensó que íbamos a robar sus muebles y nos llevó detenidos a la Prefectura. Por suerte, el Prefecto era Pérez Alfonzo y al yo identificarme como ex -alumno del Colegio San Ignacio y recordarle que él había sido mi profesor de teoría y solfeo, nos dejó ir aclarándome que esa gente de los kioscos también cuidaba la playa, y aunque no le creí, pues las playas no tienen dueño y son libres, no le podía contradecir.
Como nos esperaba una buena caminata en sentido contrario, aprovechamos para descansar un rato en una pensión cuya dueña era la abuela de Arévalo quien de paso nos brindó un buen desayuno.
Hasta aquí esta historia de un paseo por el Ávila de aquellos años 43-45 cuando Caracas era todavía la de los techos rojos.
Por: Guillermo Sáez Álvarez,
31 de julio de 2014.
Fotos en texto de: Ávila vertiente norte
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