sábado, 7 de junio de 2014

EL CONUCO DE MIGUEL URBINA,

o… vamos ahí mismito.

- “Acompáñeme”, dijo mi suegro, “que vamos ahí mismito”.


Por: Guillermo Sáez Álvarez

Yo nunca pensé que el ahí mismito estaba a una hora de camino de la casa de La Palma.  Lo que mi querido suegro no sabía era que yo estaba acostumbrado a caminar de Caracas a La Guaira y más allá, y regresar el mismo día, por el cerro El Ávila.

Lo acompañé gustoso en 2 ó 3 ocasiones y regresábamos cargados de toda clase de hortalizas que él cultivaba en su conuco. El conuco no estaba solo: había un ranchito habitado por una pareja, que aparte de ayudarlo en la siembra y cosecha, cuidaban el lugar de posibles ladrones. Había como una hectárea de tierra cultivada, que aunque no era mucho espacio, satisfacía las necesidades tanto de los cuidadores, como la de los habitantes de la casa de La Palma: la Sra. Daría, tres  hijas, y Don Miguel. Claro, siempre había que vender algo, como tomates, por ejemplo, antes de que se pudrieran, y siempre había vecinos dispuestos a comprar.

También cultivaba arroz, plátanos, auyama, patilla y yuca El suegro nunca se quiso meter con ganado ni aves, pues ya estaba un poco viejo para esos menesteres. En La Palma quedaba espacio suficiente para tener gallinas y cochinos y el sitio estaba protegido por una cerca de alambre de púas.

Don Miguel tenía alrededor de 70 años. Era alto y delgado, pero de anchas espaldas y ha debido ser muy fuerte en su juventud. Don Miguel era en realidad el Coronel Urbina, y había estado bajo las órdenes del General Sáez, cuando el General Arévalo Cedeño andaba por esos montes, alzado contra Juan Vicente Gómez.  Solo Dios sabe cuánto me perdí, pues el Coronel Urbina era un tesoro de anécdotas y aventuras que había vivido con su tropa de hombres a caballo recorriendo esas sabanas, limitadas solo por el horizonte. Yo, para esa época, era muy joven y no me pasaba por la mente escribir. 

Solo sé de algunas cosas que contaba, y que mi esposa, aún una niña, escuchaba sin querer y ha veces queriendo, y que la horrorizaban, pues para ella eran historias espeluznantes.  Una de las anécdotas que narraba el Coronel Urbina sucedió la vez que en una de las escaramuzas contra Arévalo Cedeño, vio cuando degollaron de un machetazo a un hombre que corría, y el cuerpo sin cabeza continuó corriendo unos metros hasta que cayó al suelo.   Es obvio, que el cerebro ya había dado al cuerpo la orden de correr, y por esa razón, el hombre- ya cadáver- pudo correr unos metros más antes de caer.  

En otra ocasión, los hombres al mando de Miguel Urbina encontraron en una casa abandonada, un saco que pesaba tanto que un solo hombre no podía levantar, y al abrirlo se encontraron con la tremenda sorpresa, de que estaba repleto de morocotas y monedas de oro, producto quizás de los saqueos que cometían los soldados de Arévalo Cedeño cuando asaltaban un pueblo. Estoy hablando de 1905 ó 1910. Cuando ya se creían ricos, tuvieron que huir abandonando el saco, pues se acercaban las tropas de Arévalo.

Yo respeto la memoria de Arévalo Cedeño y su valor al luchar contra la tiranía de Gómez, y sobre todo la captura y fusilamiento de Funes, pero no comparto que se diga que no hubo hombres valientes que se le enfrentaran, como el General Francisco José Sáez y el Coronel Urbina, ambos de Zaraza. Más bien se cuenta, que el General Sáez y Emilio Arévalo se respetaban mutuamente, y que por circunstancias de la vida, estaban en diferentes bandos. Cuando el General Sáez fue Jefe Civil de Zaraza, por cierto en la época en que andaba Arévalo alzado, éste nunca se atrevió a atacarlo, quizás por el mismo respeto que se guardaban. Hay que tener nobleza para reconocer el valor del enemigo. Cuando mi abuelo, el General Sáez fue traicionado, paseado en un burro por la ciudad de Zaraza en 1918 y encarcelado durante 4 años en La Rotunda con grillos de 80 lbs., el único que describió el acontecimiento fue José Rafael Pocaterra en su libro: “Memorias de un Venezolano en la Decadencia”, cuando decía a sus captores:

- “Cuando el tigre está enjaulado, hasta los perros lo mean”

Quizás  Pocaterra sabía que el General  Sáez fue traicionado y por esa razón publicó en su libro los comentarios de mi abuelo.

Arévalo reconoce en su libro titulado “El libro de mis luchas”  que el General Sáez lo derrotó en Las Mercedes del llano y que estuvo a punto de capturarlo, pero se vio obligado a huir por las sabanas inundadas pues sólo lo acompañaban 3 de sus seguidores.

Como la detención de mi abuelo fue en 1918, mi padre tuvo que quedarse encargado del hogar a la temprana edad de 18 años.

Para Miguel Urbina las luchas habían terminado por la ausencia de mi abuelo y pudo regresar a su hogar y sus labores en el campo.  Quedaron atrás las anécdotas de cuando, escasos de bastimento,  y lograban cazar algún animal, lo salaban con su propia orina.  Agua no les faltaba, al menos en invierno, pues siempre quedaban algunos pozos de agua de lluvia para llenar las cantimploras.

Si para mi abuelo y el Coronel URBINA, las luchas habían terminado, no sucedió así  para Arévalo Cedeño, quien continuó en sus luchas contra el gomecismo y en 1921, con 123 hombres invade San Fernando de Atabapo, en el Territorio  Amazonas, donde el tirano Funes hacía de las suyas, robando y asesinando. Luego de capturarlo lo sometió a Consejo de Guerra y condenado a muerte. Fue fusilado en 1921.  

En 1935 muere Gómez y lo sucede el General Eleazar López Contreras, y nombra a Arévalo Cedeño, quien ya era diputado, Presidente del Estado Guárico. El Coronel Urbina no tenía nada que temer, pues Arévalo hizo una política a favor de los agricultores y nunca lo molestó.  Mi abuelo sobrevivió varios años  después de salir de La Rotunda y, viviendo en La Pastora, siempre me invitaba al Mercado de San Jacinto.  Yo era un adolescente de 12 Años. El abuelo muere en 1939 y yo aun no conocía a Miguel Urbina.  

Quiso el destino, que un 6 de enero de 1950 conociera a una de sus hijas, nos hicimos novios y viajamos a Zaraza donde contraje matrimonio. Y fue ese mismo año cuando vi por primera vez a quien ya era mi suegro: el Coronel Miguel Ángel Urbina. Lo curioso es que yo no sabía nada de él. Solo que era el padre de mi esposa. Todo lo que conté de él lo vine a saber mucho después que me dijera: acompáñeme ahí mismito. 

Ahí mismito era su conuco a 1 hora de camino.
EL CONUCO DE MIGUEL URBINA.

Por: Guillermo Sáez Álvarez,
Porlamar, 10 de mayo de 2011.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

LOS COMENTARIOS SERÁN REVISASOS POR LOS ADMINISTRADORES; NO SE MOSTRARÁN INMEDIATAMENTE; ASÍ QUE ESPERA A QUE SEAN APROBADOS... GRACIAS