o cuando en la cacería tú eres la presa…
A cada día le bastan sus temores, yno hay por qué anticipar los de mañana.
Es un día gris con lluvia y viento…
En días como este mis pensamientos vuelan como silenciosas parvadas de aves al amanecer… son como ánades que siguen su ruta invernal con la salida del sol… Hoy me muestra mis recuerdos de antaño… se arremolinan uno tras otro: el hambre, el miedo, el cansancio. Es como si fuera ayer y no hace más seis lustros de ello.
Llevamos días sin comer, mi compañera se ve ojerosa, cansada, decaída, caminamos en silencio en la mañana lluviosa, la neblina nos acompaña, pero a su vez nos esconde. Escuchamos a nuestros perseguidores, muy cerca de nosotros levantan su campamento, el partir rápido nos dará unos minutos. Adelante de nosotros va Sebastián, quien busca un sitio por donde volver sobre nuestros pasos; lo mejor -nos dice- en este caso es regresar, dejar que ellos sigan de largo, que persigan el viento “que nos busquen pa´un lado cuando por el otro nos juimos” -como dice Cantaclaro- nos recita socarronamente antes de partir…
Hace ya tres días nos vieron, acabábamos de dejar un rancherío donde buscábamos algo de comida, desde entonces nos persiguen. Desde ese momento la única salida ha sido internarnos más y más en la montaña. Debemos alejarlos de nuestro grupo principal y perderlos, pero tenían un buen baqueano y no lográbamos zafarnos de su persecución. En otras oportunidades había sido fácil despistarlos, pero ahora seguían como sabuesos sobre la huella.
A una hora ya de caminar y calados hasta los huesos alcanzamos a Sebastián… nos esperaba a la vera de la senda había abierto dos huecos en la tierra
--- “tienen que enterrarse, no hay otra salida- nos dice –vamos a entrar en un filo de montaña sin vegetación voy a tratar de llegar al pie de la misma antes que me vean; ustedes no podrán hacerlo ya que están muy cansados, dejen que pasen y devuélvanse, traten de llegar a la carretera negra” ---
Yo seguiré adelante y nos vemos en dos días en Altagracia de Orituco.
Como pudimos nos acurrucamos sobre la tierra húmeda. Tierra, ramas y hojarasca puso Sebastián sobre nosotros; luego el brutal silencio roto solo por el trino de las aves. La cobija de hojas en pudrición nos hace sudar. Los bichos caminan sobre nosotros… nos muerden, nos pican provoca salir corriendo. Estaba al punto de hacerlo más oigo una voz…
---“los tenemos- dice -ahora no pueden ir sino hacia abajo y están al descampado”---
Sonido de pasos, empuño mi pistola y olfateo mi propio miedo, éste me inunda como una fétida borrachera. Tiemblo y siento inmensas ganas de orinar. Entonces la adrenalina me inunda es un calor el cual hace hace que el hambre, picor y temor queden en un letargo. Siento el arma como parte de mi brazo, se aprieta a mi pecho.
En ese momento algo camina sobre mis dedos, solo entonces me doy cuenta que tengo los ojos cerrados; era como si al no ver yo no sería visto. Los entorno un poco, y baja la débil luz que se cuela en la hojarasca lo veo… es un ciempiés -diez pulgadas de él- que caminan hacia mi cara, casi una pulgada de gordo y patas, muchas patas que son como aguijones…
En ese instante siento que el que habla se detiene a cincuenta centímetros de donde estoy enterrado… el animal llegó a mi quijada… pasaría sobre mi boca y nariz… siento algo caliente en mi cara. Mi perseguidor se estaba orinando en ella… ¡¡coño!! Con casi mil kilómetros de cordillera, este hijo de puta se le ocurre venir a orinarse en el sitio donde estoy enterrado… ¡¡¡mierda mi suerte!!!...
El bicho en mi cara no me dejaba moverme… el meado me caía en cara y pecho… el animal se molestó, apuró su paso y pasó sobre mi carrillo buscando huir de la pestilente lluvia… Pasos que se alejan… los pájaros que imponen al silencio con sus trinos. El peligro había pasado…
Destilando orines me incorporo a medias… un poco más allá lo hace Rosalía…
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Ese día vivimos, aún cuando en él morí mil veces.
Era un día gris cualquiera…
Era un día gris cualquiera…
Por: J. W. de Wekker V.
Junio 1992
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