o, breve historia de una injusticia
"Las víctimas sugieren inocencia. Y la inocencia, por la lógica inexorable que gobierna todos los términos emparentados, sugiere culpabilidad". -Susan Sontag-
Por: Guillermo Sáez Álvarez
Yo fui condenado a 20 años de cárcel sin haber cometido ningún delito. Fue en el año 1975 y esta es la historia: trabajaba en una fábrica de alimentos enlatados llamada El Turpial, situada en Cagua, estado Aragua como supervisor de control de calidad. Allí se enlataban sardinas, atún y otros alimentos de la dieta diaria.
¡¡AHHH!!, Me olvidaba: mi nombre es Marcial Rodríguez, me casé a los 25 años con una muchacha de La Victoria, de 19 años, llamada Elena Melo, y tuvimos una hija a quien pusimos por nombre Yolanda. Teníamos un apartamentico de 2 habitaciones en el segundo piso del edificio Don Pancho y éramos felices, salvo por una señora que tenía 3 perritos que ladraban todo el tiempo. La señora se llamaba Flor y yo para hacerla rabiar le decía: cómo está doña Florinda en invierno y le recitaba: al hombre mozo que te habló de amores, dijiste ayer Florinda que volviera, haciendo alusión al poema de Andrés Eloy Blanco y ella lo sabía. Yo lo hacía un poco para desquitarme de la vaina que nos echaban sus perros. Ella me decía: yo no me llamo Florinda, me llamo Flor, y tiraba la puerta Mi esposa me decía: no te sigas metiendo con esa señora, que en un día de estos te va a dar un escobazo.
Pero volvamos a la historia. Un día salgo para mi trabajo como de costumbre a eso de las 7.30 am. Y al pasar por un el edificio de al lado, veo salir un hombre en actitud un poco sospechosa. El hombre me ve por un instante, y atraviesa la calle rápidamente. No sé porque, su rostro se quedó retratado en mi mente. Quizás por eso, me asomé al porche y vi a un hombre tendido boca abajo y al acercarme mas observé una mancha de sangre en su cabeza; lo sacudí y me di cuenta que estaba muerto.
Salí rápidamente para avisar a la policía, aunque creo que he debido devolverme y llamar de mi casa, pero no quise alarmar a mi esposa y continué hasta el teléfono público mas cercano y le informé a la policía, dándoles la dirección de mi trabajo que quedaba a pocas cuadras. Entro a la empresa e informo a mis jefes lo que había visto, y mientras hablamos, aparecen dos policías que me preguntan:
- ¿usted es el señor Marcial Rodríguez? , sí, yo mismo soy,
- “Entonces está arrestado por sospecha de asesinato”
- “Pero ¿cómo?, si yo fui quien dio aviso a la policía, y ahora me culpan a mí, no es posible; pregunten a mis jefes quien soy yo. En este momento les estoy contando que acabo de ver un hombre muerto cerca de mi casa, y es mas yo lo conocía, pues hace como mes y medio le vendí un carrito Volkswagen, que por cierto, nunca terminó de pagarme.”
– “Bueno, señor, explíquele eso a mis superiores, pues recibimos una denuncia con nombre y apellido de alguien que lo vio salir apresuradamente del edificio”.
- “Pero, ¿quién pudo ser?”, replico, “Le digo que yo fui quien descubrió el cadáver y los llamé inmediatamente.”
– “Bueno, vamos a la jefatura y allá podrá aclarar todo. Vaya, señor Rodríguez, que nosotros vamos atrás para declarar a su favor”.
En la Jefatura, después de hacernos esperar como media hora, nos mandaron a pasar a secretaría. Lo primero que se me ocurre preguntar es:
- ¿Quién los llamó para acusarme?
- “Fue una señora vecina suya de nombre Flor, que lo vio salir”.
– “¿Y por qué no llaman a la señora a declarar?”, pregunto.
– “Ya viene en camino”, me dice el secretario, “así que vamos a esperarla.
Al rato se aparece Florinda, perdón, doña Flor, y al verme le dice al oficial:
- “Fue él a quien vi salir del edificio de al lado, casi corriendo”.
– “Usted está loca, Florinda. Yo descubrí el cadáver y salí corriendo a avisar a la policía”.
Entonces interviene el secretario y me lee mis derechos:
- “Tiene derecho a permanecer callado y buscar los servicios de un abogado para su defensa Mientras, permanecerá detenido. Tiene derecho a hacer una llamada”.
– “No es necesario”, dijo mi jefe, “le asignaremos el abogado de la empresa”.
– “La señora puede irse, pero permanezca en su casa hasta que la citemos”, dice el secretario.
No voy a alargar la historia, con los detalles del juicio. Lo cierto es después de muchos interrogatorios, declaración de la única testigo, huellas digitales del presunto homicida, y el posible móvil, por la deuda que tenía el occiso con el acusado, y el hecho de que habían tenido fuertes discusiones por este motivo, la defensa se basó en testimonios de compañeros de trabajo, y de un retrato que hizo el propio Rodríguez , quien era un excelente dibujante, de la persona que vio salir del edificio, la cual nunca apareció, el acusado fue declarado culpable de homicidio en primer grado con arma contundente y sentenciado a cumplir 25 años de prisión, con opción a salir en 20 años por buena conducta. Hubo 2 apelaciones sin ningún resultado.
Mientras pasaba el tiempo, el verdadero asesino se encontraba libre en alguna parte. Yolanda crecía, y a Elena se le permitían visitas conyugales, a consecuencia de las cuales tuvieron un hijo varón. Las frecuentes visitas de su esposa y de sus hijos, hicieron más llevaderos los años de reclusión de Marcial en la penitenciaría. Elena se mudó a otro apartamento, pues no pudo soportar a Florinda, mientras Marcial, cada año hacía un retrato del presunto asesino, para tener una idea de los cambios que obviamente iba a tener en su físico, pues su obsesión era la de encontrarlo al salir de prisión y hacerlo pagar.
Luego de 20 años, 3 días y siete horas, Marcial fue liberado por buena conducta, pudiendo celebrar con su fiel esposa, y 2 hijos: Yolanda, de 21 años, y Francisco, de 17. Yolanda se había graduado de abogada y Francisco estudiaba ingeniería civil en la Universidad Central.
Marcial fue reincorporado a la empresa de enlatados con otro empleo mejor remunerado obviamente, por el tiempo transcurrido, pero seguía con su obsesión de encontrar al tipo que le desgració la vida y adquirió una buena cámara fotográfica, por si las moscas. Cuando andaba por las calles, o se montaba en un autobús, o visitaba un centro comercial, no dejaba de mirar a la gente. También en los fines de semana, visitaba las ciudades cercanas sin perder nunca la esperanza de toparse con el asesino. También seguía en contacto con su abogado quien le decía que iba a parar en loco si continuaba con esa obsesión.
Habían pasado siete meses y nada. Marcial, quien ya era Gerente de Mercadeo en la empresa, viajaba con frecuencia a diferentes zonas del país. Eran viajes de uno o dos días. El nunca dejaba ni los dibujos ni la cámara fotográfica.
En uno de esos viajes a Caracas, al pasar por una construcción vio a un tipo que pegaba unos bloques, Se detuvo y buscó el último retrato que había hecho en la cárcel. Se parece bastante-se dijo a sí mismo- Entonces tomó la cámara y con mucha precaución tomo varias fotos del individuo.
En seguida, con su celular, llamó a su abogado y le dijo:
- “Creo que encontré a la palomita”, el abogado le respondió:
- “Si el tipo está trabajando no se nos va ir. De todas maneras, alójate en un hotel cercano, que mañana estoy en Caracas. Cuando llegue te aviso por el celular”.
- “OK- Te espero”.
Al día siguiente, a eso de las 10 a.m. recibí la llamada del abogado. Le di la dirección y me paré como a 20 metros del edificio en construcción sin perder de vista al sujeto, quien en ese momento preparaba una mezcla. Afortunadamente, la Jefatura de Candelaria estaba cerca.
– “Quédate aquí, que regreso en pocos minutos, esto hay que manejarlo profesionalmente para que resulte”.
El abogado se fue a la Jefatura, se identificó y pidió hablar con el Jefe Civil. Este lo atendió rápidamente y estuvieron hablando cerca de media hora. Cuando lo vi de regreso estaba acompañado de 3 personas de civil. Me saludaron y el abogado hizo las presentaciones: el Sr, Calderón, Jefe Civil de la parroquia y los señores Castillo y Viloria, ambos policías de la brigada especial.
– “El sr. Abogado me contó todo, enséñeme al individuo”, dijo dirigiéndose a mí”, “y a ver qué pasa, ¡Vamos!”.
Fuimos directo al tipo y los 2 policías le dijeron: por favor, acompáñenos a la salida. El hombre, aunque usted no lo crea, como si estuviera esperando eso hace mucho tiempo, salió mansamente.
Ya en la calle, le dieron la voz de arresto, lo esposaron y lo montaron en una patrulla que ya esperaba, mientras nosotros, en nuestro auto, los seguimos. Ya en la Jefatura, se le explicó el motivo de su detención, se le leyeron sus derechos. Incluso una llamada telefónica y la designación de un abogado, si no disponía de uno. El hombre, sin que nadie le preguntara nada dijo:
- “Ya no podía con el remordimiento de que alguien estuviera preso por mi culpa. Ya no me importa nada, pues estoy enfermo de cáncer. Yo fui quien lo mató para robarlo y comprar la maldita droga. Estoy dispuesto a pagar mi culpa”.
Esa misma noche regresamos a casa. No quise hacer fiesta. Solo sentí algo así como una gran sensación de alivio, y como si un monstruo hubiera salido de mi cuerpo. Tampoco sentí alegría, más bien sentí pena por el hombre, pero esa noche dormí como no lo había hecho en mucho tiempo.
Por: Guillermo Sáez Álvarez.
En margarita a las 2.30 p.m.
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