martes, 3 de junio de 2014

CLUB LOS CORTIJOS,

donde nunca fui socio...




Por: Guillermo Sáez Álvarez.

En 1944 nació el Club Campestre Los Cortijos. En él se respira el grato ambiente familiar que ha sido valor fundamental de este Club a lo largo de su existencia; la Familia Cortijera, en la cual conviven hasta cuatro generaciones de socios y familiares.

El Club Los Cortijos de Lourdes estaba situado en Los Ruices, Caracas, y por estar situado en la ciudad, tenía muchos miembros, casi todos de clase media alta y algunos ricos.

Contaba entre sus instalaciones con cancha para equitación, de tenis, y una piscina de 25 x 12.5 metros.

En su parte interior había restaurant, bar, mesas de billar y pista de baile.

Gracias a que un tío era socio, me prestaba la tarjeta que había que presentar a la entrada.

Me permitían llevar a un amigo, y siempre me acompañaban Pedro Molina y Atilio Villamisar, quién era socio.

Nuestro lugar preferido era la piscina, donde conocimos a muchas chicas. Algunas veces jugábamos billar, hasta con el Presidente del club.

Mi tío había dejado de ir al Club, y me dejó la tarjeta, pero había que renovarla cada 3 meses, si mal no recuerdo.

Y llegó el día que tenía que llegar, y la tarjeta se venció. Por esa vez nos dejaron entrar, con la advertencia de que había que renovarla.

Por supuesto, no pudimos renovarla, y sabíamos que no podríamos entrar la próxima vez. No nos dimos por vencidos, y como conocíamos el Club palmo a palmo, descubrimos que por la parte trasera de la cancha de equitación y rodeando al CLUB, había una cerca con alambre de púas en la parte superior. Sabíamos que atravesando una quebrada que pasaba por la parte trasera, se podía llegar fácilmente a la cerca, y era un sitio solitario.



Concebimos un plan y abrimos un boquete en la cerca y por supuesto, esperamos la noche, pues de otra manera nos hubieran descubierto. Llevamos herramientas y logramos hacer una entrada que podíamos dejar acomodada para que no fuera descubierta.

Así entramos varias veces y no era extraño que la gente llevara maletines para la ropa, la cual guardábamos en cualquier rincón cercano a la piscina y siempre vigilantes. La piscina disponía de 2 casetas con guardarropas  y los socios tenían llave. Lógicamente, en las casetas había baños para cambiarse.

Nuestra presencia no sorprendió a nadie, pues todos nos conocían.

Un día, estando sentados en el bar, viendo  a la gente jugando billar se me acercó  un tipo que parecía vigilante y me preguntó quién era el muchacho que me acompañaba, y dije su nombre. Me pidió la tarjeta y tuve que enseñarla. Al ver que estaba vencida me dijo que fuera a la oficina a renovarla. Solo tenía que dar mi nombre, el de mi amigo y presentar mis documentos que me acreditaban como socio, o familiar de un socio. Le contesté que tenía que buscar en mi maletín que estaba en el guardarropa de la piscina. Por supuesto, luego de buscar nuestros maletines nos fuimos a casa, saliendo por la puerta principal.

Fue la última vez que visitamos el club.

Por: Guillermo Sáez Álvarez.
26 de abril de 2013.



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