lunes, 2 de junio de 2014

LA CASONA,

o... el Cuarto N° 7




Por: Guillermo Sáez Álvarez

La casona era algo más que centenaria, quizás 2 siglos. Tenía al cálculo unos 65 metros de fondo, 3 patios, 3 tanques de agua y eso sí, mucha historia, la historia de quién sabe cuántas familias que la habían habitado. Quedaba muy cerca del famoso puente de El Guanábano, y su triste record, insuperable por cierto, de personas que decidieron abandonar este mundo, lanzándose al vacío y aterrizar en la quebrada Catuche, pequeño caudal de aguas limpias aún, que ya comenzaba a poblar sus riberas con  ranchos de tabla y cartón, por familias humildes, y una que otra prostituta, que obligada por el hambre, decidió ejercer el oficio más antiguo de la humanidad. Era el año 1930, y la ciudad de Caracas crecía a un ritmo vertiginoso. La esquina de El Guanábano, era el límite de las parroquias San José y La Pastora, pero sus habitantes se consideraban Pastoreños por tradición, ya que eso de los límites nadie lo tomaba en serio.  Todo ese sector, a partir de la esquina de Truco hacia el norte; Guanábano, Amadores, Dos Pilitas, y hasta la Puerta de Caracas, era La Pastora. La gran mayoría de sus habitantes eran de clase media alta y por supuesto, algunos ricos con sus grandes casonas coloniales, los que con el tiempo iban a emigrar hacia el este.

A mediados de 1930, llegan a la casa de nuestra historia, el General Francisco José Sáez, su esposa, hijos y 3 nietos, mas Dolores, criada de Doña Amelia, y  Teotiste Machuca, (Tiota), acompañante de por vida de la familia, el aya de los muchachos, buena cocinera y una de las protagonistas de los hechos y misterios que rodeaban la vieja casona.

Ya en el libro MIS MEMORIAS hablé suficiente del General Sáez (mi abuelo), de mis padres, tíos y demás miembros de mi familia. Por lo tanto, en este cuento hablaré solo de la casa y sus misterios, y por supuesto, de Tiota, verdadero crisol de leyendas, almacén de recuerdos y anécdotas, que de niños, nos entretenía hablando del General Miguel Machuca, su progenitor, y sus escaramuzas con Arévalo Cedeño, del General  Sáez y de mi suegro, el Coronel Miguel Urbina, de la casa de Jóbito, del hato La Guasimita, cosas que la hacían sentirse orgullosa, y que nosotros escuchábamos con mucha atención.

Volviendo a la casa, a la entrada estaba el zaguán, pasillo como de 5 metros que daba a la puerta principal. Luego, el recibo, amoblado con un juego de mimbre y una “sombrerera”, mueble llamado así, como su nombre lo indica, para que las visitas colgaran su sombrero. A la derecha del recibo estaba la sala, amoblada a todo dar, con un gran espejo, utilizada solo cuando se celebraba alguna fiesta. Le seguía una habitación pequeña llamada “paraqué “, y se utilizaba como salón de fumar. Al lado, la habitación mas grande de la casa, y le decíamos “la galería” (habitación debajo de la cual estaba el supuesto tesoro del Conde de Alquiza) y que después de destrozarla no conseguimos nada). Al lado estaba el cuarto de Oswaldo, el misterioso tío. Luego el gran comedor, frente al cual estaban las habitaciones de Oscar y tío José, y pasando el comedor había un patio con un tanque de agua, y enfrente, el cuarto de mis padres. Mas allá la cocina, donde se cocinaba con carbón y al lado un baño grande, pues había otro baño pequeño frente a este. Al fondo, un patio triangular, con puerta hacia la calle de Cuño a Guanábano.  Frente a la cocina estaban los escalones para el segundo piso donde había un tanque, un lavandero, un salón grande y… el cuarto No. 7, donde dormía Tiota.

Tiota era devota de las ánimas, y se dice que quien es devoto de las ánimas, tiene que serlo por siempre.  Nosotros, mientras fuimos niños le teníamos terror a entrar a dicho cuarto, pues ella siempre tenía velas prendidas y el cuarto lleno de imágenes de santos.  Además, nuestro tío Aquilino alimentaba ese temor echándonos cuentos de brujería.  En una ocasión nos llevó de noche a Francisco y a mí y cerró la puerta. Era tremendo mi tío.

Solo cuando pasamos la adolescencia se nos fue quitando el temor. Sin embargo, nuestros miedos no eran del todo infundados, pues, había un ánima en pena que rondaba por las noches.  Era el fantasma que vió mi padre y que yo mismo vi una noche entrando al baño. Era una mujer con túnica blanca, muy alta, que abría la regadera, dejaba la puerta abierta y al uno asomarse, no había nadie adentro.

Tiota era una mujer muy buena y nunca le hizo daño a nadie. Al contrario, se sabia unas oraciones que solo los santeros conocen, creo, y eran La Magnífica y El Credo al Revés, y cuando el cielo estaba encapotado, la buscaban para que las rezara y no lloviera… y no llovía.

Por: Guillermo Sáez Álvarez
Marzo, 2011

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