martes, 17 de junio de 2014

LOS FANTASMAS DE CARACAS,

o, Caracas sin luz, ¡SUSTO!


"En el Norte ya festejaron Halloween, y entre ayer y hoy se celebra en casi toda América Latina el Día de los muertos. En este intercambio del continente con el más allá -que es, por cierto, de diferentes tenores-, hoy se ha querido invocar a los fantasmas que una vez se adueñaron de la noche caraqueña. Quién mejor que Oscar Yanes para echar los cuentos" -Johan Ramírez-

TUNEL DE "EL SILENCIO"


Tomado de:
02 DE NOVIEMBRE 2008

Caracas era una aldea apacible, iluminada, como siempre ha sido esta ciudad, engrandecida por la presencia de El Ávila, con unas pocas cuadras organizadas todas alrededor de la Plaza Bolívar, a partir de donde fluía la vida tranquila de los años 30 y 40. Pero a medida que caía la tarde, las sombras parecían adueñarse de ella, los árboles se tornaban sombríos, los espacios vacíos, las esquinas misteriosas, y la misma Plaza, viva en la tarde, lucía temerosa cuando llegaba la noche. Era Caracas sin luz eléctrica: ¡espanto hasta el amanecer!

El temor se duplicaba después de la cena, pues alrededor del débil candil de una vela, se sentaban grandes y pequeños para escuchar las historias más tenebrosas que, por lo general, solía contar el abuelo, o el hombre mayor de la casa. Es que la ciudad era movida por los fantasmas, y los más aventureros habrían querido toparse con alguno, pues éstos eran asociados con riqueza, ya que corría la creencia de que los aparecidos no eran más que almas en pena, de españoles o de criollos que durante la conquista y la independencia habían huido del país a las carreras, no quedando más tiempo sino para la ambición de guardar bajo tierra los tesoros robados a Venezuela. Luego se marchaban llevando en la cabeza, y algunas veces en un trozo de papel, el mapa improvisado en que dejaban constancia de dónde estaba su injusto botín, con la esperanza firme de volver algún día, ellos o sus descendientes, para llevarse por fin el baúl repleto del oro que jamás habría de pertenecerles -una suerte de "maletinazo" a la antigua, pues.

A LAS DOCE DE LA NOCHE

Dice Oscar Yanes que de niño escuchó todas las historias posibles, y ahora, cuando aquello no es más que el recuerdo de una ciudad ingenua, las cuenta él, y sólo falta el candelabro lúgubre a su lado para que quede convertido en el abuelo que hace setenta años le relataba la existencia pavorosa de los fantasmas caraqueños.

Y comienza por el más antiguo de todos, uno del que se tiene memoria desde los primeros días de la colonia, que espantaba a los propios españoles que esclavizaron al indio, y que no dejó de aparecer hasta entrados los años cuarenta. Por eso se regó el chiste de que aquel espectro, el famoso "Enano de la Catedral", era "antiadeco", pues apenas Rómulo Betancourt se montó en el gobierno, éste desapareció.

OSCAR YANES RECUERDA TODAS LAS HISTORIAS QUE OYÓ DE NIÑO

"Son las doce de la noche en Santiago de León, las seis de la mañana en el reloj del Vaticano", anunciaba con voz abismal en el clímax de su aparición. Dicen que medía medio metro y que salía con un cigarro en la mano, después de la medianoche, para hacer escarmentar al hombre mujeriego que se atreviese a andar de parranda a esas horas. Cuando a lo lejos veía a su víctima, le hacía señas para pedirle un fósforo. Los que no conocían la historia, se acercaban por cortesía, y cuando encendían el cerillo para ofrecerle fuego, el enano comenzaba a crecer hasta alcanzar la altura de la torre de la Catedral (la que está junto a la Plaza Bolívar), y señalando la hora pronunciaba la enigmática frase que debió hacer eco por las calles solitarias de la capital.

Los incautos corrían pálidos hasta el Panteón Nacional, donde caían trémulos y con la lengua de corbata. Al otro día, la comidilla de la ciudad era contar que a fulano de tal le había salido el enano susodicho.

Nunca se supo qué pasó con este personaje. Lo cierto es que un día dejó de aparecer. Años más tarde, cuando la zona fue desarrollándose y llenándose de lugares de fiesta, contaban los rumberos "alegrones" que salían de madrugada tras las noches de farra, que veían por esa misma cuadra a un viejito algo fantasmagórico. De allí salió la famosa guaracha de Billo que rezaba "En la esquina de Las Gradillas sale un muerto, con la cara de viejo y la pata de palo". ¿Guardaría alguna relación éste con el "Enano de la Catedral"?

SONRISA MACABRA

Otro, quizá el más espantoso de todos, era El Conde, un aristócrata español que había vivido en la Misericordia, hoy Plaza Carabobo (muy cerca de la Fiscalía General de la República y del Liceo Andrés Bello, donde está la estación de Metro Parque Carabobo).

Cuentan que al fallecer comenzó a salir por esa zona, cada noche y vestido de gala, montado en un coche halado por cuatro caballos degollados. Para colmo, él, asomado con altivez por la ventanilla, exhibía en la mano su propia cabeza sonriente, que con gestos amigables, cual si atendiese al Manual de Carreño, saludaba a los infortunados que se hallasen por las calles. Quien veía aquel espectáculo, evidentemente, se aterraba.

Y OTROS ESPANTOS

Asimismo había una aparición muy temida que salía en la Plaza del Panteón. Curiosamente, era quizá la única que no llegó a identificarse como un fantasma propiamente, pues se trataba de una carreta que marchaba sola, sin animal que la arrastrase ni nadie que la guiara. Iba dando tumbos sobre las calles, dejando por el camino un recital de quejidos tenebrosos, y cargando una pila de huesos humanos. Le llamaban, no sin razón, "El carretón de la muerte".

También era común escuchar por las noches el murmullo creciente de un centenar de mujeres cuyos rostros nunca nadie logró ver, iban como religiosas, con la cabeza inclinada y rezando oraciones ininteligibles. Parecían vestidas con hábitos: eran "Las ánimas del purgatorio".

Pero estas leyendas tuvieron su final para los años cincuenta, cuando Pérez Jiménez se hacía dueño de turno de Venezuela. Entonces hubo quienes bromearon diciendo que los muertos se habían marchado por miedo a la dictadura. Las que sí persistieron fueron las apariciones "privadas"; es decir, las que ocurrían en casas de familia. Fueron famosas las residencias de La Pastora como unas de las más dadas con "el más allá", al igual que las de La Candelaria o Santa Rosalía.

De hecho, como había la creencia popular de que un muerto salía donde había un tesoro escondido, era común que la gente buscase, para vivir, casas donde estuviera comprobada la existencia de fantasmas. Conseguir un entierro era la esperanza de muchos para salir de la pobreza, era como ganarse la lotería. Y hubo quienes lo lograron.

Dicen que en Sabana Grande y Petare, antiguamente haciendas gigantescas, se hallaron grandes fortunas bajo tierra. En Los Dos Caminos existió una familia modesta que tras comprar una casa sencilla, se volvió millonaria repentinamente. Supuestamente fue producto de un entierro, idea afianzada cuando uno de los hermanos enloqueció sin razón aparente, pues así como un muerto era sinónimo de riqueza oculta, se decía que para que éstos entregaran sus arcas repletas, había que ofrecerles a cambio lo que pidiesen, y, por lo general, eran miembros de la familia. El desdichado loco, contaban, fue la ofrenda que se pagó en Los Dos Caminos.

Pero no todos los muertos eran malos ni todos pretendían espantar a la gente. También los había buenos, y el más representativo de todos fue José Gregorio Hernández, de quien, semanas después de fallecido, comenzaron a registrarse apariciones en casas, calles, y especialmente en el Hospital Vargas.

Dice Oscar Yanes que algunos de estos fantasmas, como otras tantas historias de la cultura popular venezolana de hace setenta o sesenta años, pudieron ser invención de los gobiernos de paso para desviar la atención pública de los hechos verdaderamente importantes. La ciudad, noble como siempre, y seducida por aquellas fantásticas historias donde imperaba el misterio y lo desconocido, caía en las creativas tácticas del poder. Hoy, qué más da sino rescatar esas memorias y traerlas a nuestro tiempo para que nunca dejen de aparecer, por lo menos no en el imaginario capitalino, los temibles, y a veces irrisorios, fantasmas caraqueños. 

¡Qué no mueran esos muertos!,
y valga también la expresión.


Tomado de:
02 DE NOVIEMBRE 2008


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