miércoles, 4 de junio de 2014

EL CANIBAL DEL AVILA,

un Cuento de GSA… 


Por  Guillermo  Sáez Álvarez



PARROQUIA LA PASTORA  1943

La Parroquia La Pastora, con sus casas coloniales y sus techos rojos, como bien dijera Pérez Bonalde   en su hermoso poema  VUELTA A LA PATRIA, era, sin duda, un buen lugar  para vivir; tranquila, de clima fresco y agradable, atraía a las mejores familias, tanto ricas, como de clase media alta. Circulaban pocos automóviles y casi no se conocía la delincuencia.  Los vendedores ambulantes  pasaban diariamente pregonando su mercancía, en su estilo pintoresco, como el vendedor de miel de abejas, quien con sus coplas, atraía a grandes y chicos, quienes celebraban con risas, cada uno de sus versos, como por ejemplo:
- “La miel de abejas, buena para los jóvenes y mejor para las viejas”. Otro vendedor popular era el que vendía galletas de María, quien pregonaba:
- “Señora María, señor Julián, cómpreme galletas, qué ricas tan “.
Había otro: el del pan de horno abizcochado quien gritaba:
- “Pan de horno abizcochado,  sacaíto del horno, calientico y bien tostao”
y tenía razón, pues era bien sabroso.  

Sin embargo, como no todo es perfecto, había un lugar, que con el tiempo se hizo famoso, y era el puente del GUANABANO, pues era el preferido por aquellos obstinados de este mundo, y se lanzaban al vacío, para aterrizar, 30 metros mas abajo a las tranquilas aguas de la quebrada CATUCHE, logrando su propósito,  y de paso, dar tremendo susto a los humildes pobladores de algunos ranchos que ya existían casi en las orillas de la quebrada.

 Ese famoso puente, con su roja historia, no iba a ser el único protagonista, llamado a empañar la tranquila vida de los habitantes de la parroquia.  Todo lo que voy a narrar, comenzó  un día del mes de julio de 1943.  Se había corrido la voz de que un niño de 3 años había desaparecido misteriosamente. La policía buscó infructuosamente durante varios días, interrogó a todos los vecinos, rastreó la quebrada y se llegó a la conclusión,  pesar del rastreo, de que el niño, quien acostumbraba jugar por los alrededores, fue arrastrado por las aguas, que habían crecido notablemente, debido a las lluvias de julio, y llevado muy lejos, quizás hasta el río Guaire que también estaba crecido y ahí si es verdad que resultaba imposible su rescate.  Luego de 15 días, la policía cerró el caso, descartando la hipótesis del secuestro.

24 de julio de 1943.   La policía recibe la denuncia de la desaparición de un niño, también de 3 años, hijo de Argimiro Berrizbeitia,  residenciado de San Vicente a Medina.  El señor Berrizbeitia, comerciante, era  dueño de una zapatería situada de  Madrices a Marrón, parroquia Catedral.  El nombre del niño era Carlitos y tenía una aya que lo cuidaba.  La madre se llamaba Conchita y Carlitos era el menor  de los 4 hijos del matrimonio .El  aya de Carlitos  lo llevaba con frecuencia a jugar a la plaza  de La Pastora, y mientras el niño correteaba con sus amiguitos, ella esperaba sentada en un banco hablando con algunas amigas de los últimos chismes del barrio. De vez en cuando, lo buscaba con la vista, sin ningún temor y seguía su chismorreo.  Ese día, 24 de julio, era fiesta nacional.  Se celebraba el aniversario del nacimiento del Libertador, Simón Bolívar.   En sus declaraciones, el  aya cuenta que de repente dejó de ver al  niño, Asustada, se levantó de su asiento y comenzó a buscarlo por toda la plaza.  Ellos le dijeron:
- “Estábamos jugando con él al escondido, pero cuando lo llamamos no estaba, miramos hacia donde usted estaba sentada y la vimos hablando con varias personas y pensamos que también lo andaba buscando” 

También hablé con unos señores, que por favor, fueran a la Jefatura- dijo la señora Matilde, a la policía- mientras ella se quedaba en la plaza, por si acaso el niño aparecía.  Mientras el aya declaraba, llegó la señora Conchita, madre del niño, completamente desesperada y llorando. La señora estaba completamente histérica y culpaba a la aya de descuidada e irresponsable. Cuando las cosas se fueron calmando, el Jefe Civil, que había tomado nota de todo, telefoneó a la Policía Técnica para informarla del caso, pues eran los funcionarios autorizados para encargarse del caso, ya que era posible que se tratara de un secuestro.   Mientras llegaba la Comisión de la Policía Técnica, el Jefe Civil, aprovechó para preguntar a la señora Conchita:
-  “¿Ustedes tienen dinero?
- “No señor”, dijo la señora,
- “Tenemos una zapatería  que apenas nos da para vivir modestamente”.
- Bueno, dijo el Jefe Civil,  “Esperemos a que llegue la P.T.J. y que sean ellos los que digan qué se va a hacer”.

Al fin llegó la comisión, se levantó un acta y se envió a la familia Berrizbeitia a su casa en una patrulla, recomendándoles que estuvieran pendientes del teléfono, por si había alguna llamada de los presuntos secuestradores. También se comisionó a una persona, que por otro teléfono, llamara a los familiares y  amigos más cercanos para advertirles que no ocuparan el teléfono de los Berrizbeitia, a fin de obstaculizar la investigación. La llamada que esperaban nunca llegó.  Pasaron varios días y se fue disipando la idea del secuestro, al tiempo que la angustia y desesperación de la familia aumentaba. Se pusieron avisos por la prensa con la foto del niño, y la parroquia prácticamente se empapeló con la foto de Carlitos, pero nada, y así pasó el mes de julio, con la policía completamente desconcertada. 

 15  DE SEPTIEMBRE.

La gota que rebasó el vaso, fue la denuncia de una tercera desaparición, el día 15 de septiembre... Esta vez se trataba de una niña de 4 años, que vivía a pocos metros del Parque Sanabria, situado de Guanábano a Dos Pilitas. La niña siempre visitaba a una amiguita 2 casas mas abajo, y sus padres nunca se preocupaban, pues toda la familia se conocía. Alicia, que así se llamaba la niña, salió a las 10 am., pero llegó la hora del almuerzo y Alicia no regresaba, por lo cual enviaron a la empleada del servicio a buscarla, pero resulta que la niña no había ido en todo el día. Menudo susto para los padres, Agustina y Guido Fuenmayor quienes de inmediato corrieron a la Jefatura a consignar la denuncia. El Jefe Civil, al conocer el caso, solo acertó a decir:
- “Esto era lo que me faltaba”  

Cuando aun no se había recuperado del trauma que le causó la desaparición de Carlitos, volvía a suceder, esta vez con una niña de 4 años, La policía técnica visitó todas las casas de la manzana y del Parque Sanabria y no encontró ni un solo dato. Nadie había visto a Alicia, quien era conocida en toda la zona pues, todos eran amigos de la familia Fuenmayor.

20 DE SEPTIEMBRE  DE 1943  

Eran las 6 de la mañana. Jesús Peñaloza, Emilio Onzalo, El Colombiano y este servidor nos habíamos citado en el Parque Sanabria para emprender una caminata por el Ávila. Cada uno llevaba morral y cantimplora, mas un cuchillo de explorador. Habíamos planeado subir por Maripérez,  hacer una parada en KNOCHE, para comer las sabrosas naranjas parecidas a las de california, gracias a la amistad que tenía Onzalo con los guardias del conocido sitio de las momias del Dr. Knoche.  Luego subir hasta Galipán, descansar, comer algo y regresar por la ruta de los Venados, refrescarnos en las cristalinas aguas del riachuelo, y luego, con nuevas energías, caminar pasando por Hoyo de la Puerta, Los Castillitos, de donde se contempla un hermoso paisaje de mar. Después  de un corto descanso, bajar, casi al trote, hasta la Puerta de Caracas, por el antiguo camino de los españoles, llamado así por ser la única ruta que existía entre Caracas y el Litoral, y construido durante la época de la  colonia.  Nuestra excursión, en ruta contraria a lo habitual, había durado, hasta el momento 8 horas.  Como a 2 kilómetros de la Puerta de Caracas, hay una cueva llamada -El cementerio de los chivos-, bautizada así por los moradores del lugar.  El origen del nombre nació de la imaginería popular, que creía que los chivos, al sentirse muy enfermos, entraban a la cueva a morir. Esta creencia era muy conveniente para los criadores de chivos, pues les servía de depósito natural para tirar allí los huesos de los animales sacrificados, tanto para su propia alimentación, como los criados para vender su carne en La Pastora. Los pobladores también crían ganado vacuno y es muy posible que sus huesos estén mezclados con los de los chivos.  La cueva, obviamente despide un olor insoportable, y para evitarles a los excursionistas una desagradable experiencia, se había construido un atajo que pasaba como a 500 mts. Y aún así, se sentía, hasta casi 1 kilómetro, la fragancia nada agradable de la famosa cueva.  Cuando mis compañeros y yo estábamos a punto de tomar la ruta del atajo, los paro en seco y les digo:
- “Esperen un momento, que vamos a pasar por la cueva de los chivos“, 
- “Tú estás loco, Guillermo” dice El Colombiano,
- ¿Qué vamos a buscar en esa pestilencia?,
- ”a lo sabrás cuando lleguemos“ y emprendí el camino.

No les quedó más remedio que seguirme, pues sabían lo testarudo que yo era. Cuando llegamos les dije:
- “Cúbranse la nariz con los pañuelos, que vamos a entrar”,
y si esperar respuesta entré, no sin antes, con el cuchillo, cortar una rama, de una enredadera cercana. Los invité a hacer lo mismo y preguntaron:
- ¿Qué vamos a hacer con estos palos, crees que haya algún animal salvaje?;
- No, les respondí: es para remover los huesos. 
- ¿Crees que hay algún tesoro?  Preguntó Peñaloza. 
- “Si encontramos lo que vamos a buscar, vale mas que un tesoro”,  les dije.
- “Así que a echarle bolas y comenzar a remover todo, y si encuentran algo raro, que no sea hueso de chivo, gritan” 

Yo creo que ya estaban comprendiendo, porque comenzaron a trabajar con entusiasmo en diferentes lugares de la cueva. El Colombiano se había ido al fondo de la cueva y como a los 10 minutos nos grita:
- “Encontré algo así como un hueso diferente al de los chivos”   Todos corrimos hacia él, vimos el hueso y comenzamos a excavar con mas ahincó. 
- “Debe haber más”, dije, y de pronto Peñaloza grita:
- “Aquí hay otro hueso, parece una pelvis”  ¡LOTERIA ¡ grité.
- “Vámonos con lo que tenemos, porque se está haciendo tarde y se nos va a ir el Jefe Civil”.

Metimos los huesitos en los morrales y bajamos, casi que corrimos hacia la Puerta de Caracas- ya todos sabían de qué se trataba- y no había mucho que hablar.  Al ratico comenzó a escucharse un murmullo conocido: eran las voces de la Puerta de Caracas.
Cuando llegamos a la Jefatura eran más de las seis de la tarde. Así de sopetón de dijimos al policía de guardia casi a coro:
- “Necesitamos ver al Jefe Civil, es sumamente urgente”

Éramos 4 y nuestra actitud decidida parece que agarró de sorpresa al guarda, que después de mirarnos de arriba a bajo (ninguno de nosotros pasaba de 21 años) solo alcanzó a decir:
- “Esperen aquí mientras le aviso. Ya estaba por irse“  Casi inmediatamente, cosa que es muy rara, nos mandó a pasar a su despacho y nos dice medio en broma, medio en serio
- “ Que sea urgente de verdad o los dejo presos “.  Yo, sin contestarle, saco los huesos del morral y se los muestro:
- “Esto lo acabamos de encontrar en la “ Cueva de los Chivos” , parecen huesos de niño”,

El Jefe Civil, casi se cae cuando escucha eso; toma los huesos y dice:
- “parecen una pelvis y un fémur de niño“,   ¿Dicen que encontraron esto en la “Cueva de los Chivos?, 
- “SI”, respondimos a coro, “y debe haber muchos, pero ya era tarde para seguir buscando“,
- “¡Carajo!, y si es lo que creo, ustedes han hecho el descubrimiento del siglo”.

Enseguida toma el teléfono, marca un número y habla: 
- ¿Es Morales?,  “Deja todo lo que estés haciendo y ven enseguida a la Jefatura, es urgentísimo”,
- ¿ Pero qué te pasa que estás tan agitado?, 
- “No preguntes y ven”.  Cuelga  y nos dice:
- “El Dr. Morales es Paleontólogo Forense, lo mejor que tiene la PTJ y ya viene.

Esperamos un rato y llega el Dr. Morales algo excitado y sin siquiera saludar pregunta:
- ¿Qué es lo que tienes tan urgente, que iba a almorzar y tuve que salir corriendo?,
- “Era para enseñarte esto, Lo encontraron esos muchachos en la cueva de los chivos”. 

El Dr. Morales toma los huesos y dice:
- “Estos son huesos de un niño o de una niña entre 3 y 4 años”,   “¡COÑO!, no me vayas a decir que son de los niños desaparecidos”.
- ”Pues eso lo vas a decir tú después que los examines en tu laboratorio.”  Responde el Jefe Civil….
- ¿Y qué esperamos para ir a esa cueva?, “tiene que haber más”, comenta el Dr. Morales. 
- “Como ya es de noche, esperaremos hasta mañana, así que vente a las 6 para ir con los muchachos y varios policías, y no le digas a nadie, ni siquiera a tu esposa.”  O.K., responde Morales, resignado.  Luego pregunta:
- ¿Y de quien fue la idea de entrar a esa cueva?  Peñaloza contesta:
- “fue de él, y me señala“.
- “Te felicito, muchacho, tienes buen olfato”   

El Jefe Civil, después de anotar nuestros datos nos dice:
- “Los voy a enviar en una patrulla que los va a dejar cerca.  No conviene que en sus casas se den cuenta y comiencen a preguntar”.  ¿De acuerdo?  
- “Siii… respondemos a coro, mañana estaremos aquí a las 6 en punto”.
- “Esperen un momento; se me olvidaba algo:
- ¿Ustedes sospechan de alguien?“;
- “Bueno, Jefe, No podría decirle con seguridad, le digo, pero hay un hombre que creo vive por ahí y lo llaman -El viejo chivudo-“.
- “Cuando yo tenía como 12 años pasaba todos los días frente a mi casa con un gran saco sobre las espaldas, y le teníamos terror, porque nos decían que era un brujo que comía niños”.
- “Han pasado como 8 años y todavía lo vemos pasar, aunque ahora, por supuesto, no le tenemos miedo, pero es un hombre muy misterioso y no habla con nadie”; 
- “¿Ese viejo loco?, yo no creo”, dice el Jefe Civil,
- “sin embargo, no podemos dejar ningún cabo suelto y lo investigaremos, así que hasta mañana a las 6 am.” 

La patrulla nos dejó en la esquina de Amadores, y de allí cada quien se fue para su casa.

DIA DOMINGO.  5.30 am.

 Tiota estaba haciendo café y me ve salir. 
- ¿A dónde vas tan temprano? 
- “Voy a salir con Onzalo y el Colombiano a Los Castillitos. Dile a mi mamá que no se preocupe”.   
- “Bueno, siquiera toma un cafecito”   Me tomé mi cafecito y salí.

En la esquina del Guanábano estaban ya esperándome Onzalo, Peñaloza y El Colombiano.
- “Apurémonos, que faltan 20 para las seis “Llegamos a la Jefatura a las 6 en punto. 

El Jefe Civil ya estaba y esperamos como 5 minutos por el Dr. Morales, quien venía eufórico:
- “Son huesos de niño auténticos. Pero no tenemos muestra de sangre de los niños desaparecidos, por eso es urgente encontrar los cráneos. Con ellos nos será más fácil, yendo a la clínica donde nacieron”.

El Jefe Civil le dice a tres policías:
- “Busquen linternas y acompáñenme” 

Entonces yo llamo al Jefe Civil aparte y le digo:
- ”Perdone usted, Jefe, ¿Por qué no le dice a los policías que vayan vestidos de civil, como si fueran excursionistas?, así no despertaremos ninguna sospecha“;
- “En verdad tienes  razón, muchacho, eres listo”, me contesta, de inmediato el Jefe Civil ordenó a los policías:
- “Vamos en una misión que no conviene que los ven con uniforme.  Vístanse como si fueran de excursión, y si consiguen unos morrales, mejor, y muy importante; escondan sus armas“  

Al rato los policías se aparecieron con franelas,  gorras, y unas bolsas, ya que no consiguieron  morrales. 
- “¡Ahh!,  se me olvidaba algo importante; consíganse unas linternas, pues vamos para un sitio obscuro”  
- “Vámonos ya”, dijo el Jefe, y nos pusimos en marcha.

Éramos un grupo de ocho: nosotros 4, los 2 policías, El Dr. Morales y el Jefe Civil.  Parecíamos, de verdad, un grupo de excursionistas... Tardamos como 45 minutos en llegar a la cueva, pues, salvo nosotros, los demás no estaban acostumbrados a subir cerros.  

A cada rato nos encontrábamos personas bajando que nos daban los buenos días.  Muchos metros antes de llegar, ya se sentía el olorcito, y antes de entrar nos cubrimos la nariz  con pañuelos.   Para cualquier persona que nos viera entrar, éramos simples curiosos. Cortamos unas ramas, que abundaban por los alrededores y    penetramos, comenzando de inmediato la búsqueda por el sitio donde El Colombiano había   encontrado los huesos.  Con la ayuda del Dr. Morales, descubrimos rápidamente, 2 tibias, un húmero y varias costillas, pero nada de cráneos, aunque estuvimos más de 2 horas revisando cada rincón.  El Dr. Morales tomó fotografías y escribió algunas notas antes de salir.  ¿Ahora qué hacemos?, preguntó el Jefe Civil al Dr. Morales. Yo me adelanté a responder y les digo:
- “Los criadores de chivos están cerca y seguro conocen a todos por aquí, incluyendo al Viejo Chivúo”; 
- “Buena idea“, dice el Jefe Civil y pregunta:
- ¿Cómo a qué distancia están?; 
- “Ahí cerquita, como a 800 metros” (A Maldonado, y al Dr. Morales le perecerían 5 kilómetros). 

Al llegar al sitio vimos  chivos, vacas, varias personas y unos  cuantos ranchitos.  Algunos estaban dedicados a su labor.  Preguntamos a un hombre que en ese momento desollaba un chivo, si conocía a un hombre a quien llamaban -El Viejo Chivúo-:

- “Claro”,  respondió,  “Aquí todo el mundo lo conoce, porque siempre compra carne”; 
- ¿Qué pasa, hizo algo?;   
- “No, no ha hecho nada, solo que los muchachos quieren conocerlo, pues es un personaje pintoresco y queremos tomar alguna fotos“;
- Bueno, si es eso lo que quieren, les digo dónde vive, pero no sé si se querrá tomar fotos, ya que es un tipo solitario y medio tostao, pero si quieren ir a verlo, debe estar ahí, pues es temprano”. 

El hombre se levanta,  señala hacia abajo y dice: 
- “Bajen como si fueran para la cueva, y como 600 metros mas abajo hay unos ranchitos, pero el de él está hacia la izquierda, separado de los demás, y van a saber, porque tiene un perrito que le ladra a todo el que pasa, y también por el tufito, como de carne chamuscada”; 
- “Gracias”, le decimos y comenzamos a bajar. 

No nos fue difícil encontrar el rancho, gracias a las 2 pistas que nos diera el criador de chivos: el perrito que salió a recibirnos con sus ladridos, y el hedor a carne chamuscada que se sentía a 50 mts. de distancia.  El rancho era una mezcla de cartón, tablas, pedazos de avisos y latón.  Llamamos, y al rato sale un hombre semidesnudo, sucio y barbudo con un machete en la mano. 
- “¿Qué quieren?”, pregunta. 
- “Nada malo, maestro, lo que pasa es que los muchachos querían conocerlo, porque se acuerdan de usted cuando estaban mas pequeños, y ellos le tenían miedo. Y los criadores de chivos nos dijeron que usted es un cliente” 
- “¿Podemos pasar”?, pregunta el Jefe Civil, 
- “aquí no hay nada que les pueda interesar, ni siquiera dónde sentarse y todo está sucio”, dijo malhumorado,
- “pero si quieren comprobarlo, pasen”; 
- “Gracias”, dijo Maldonado. “Hasta le traemos carne de chivo, que sabemos le gusta” 

Pasamos a la destartalada –vivienda- y una vez dentro, los policías le dan la voz de arresto y lo esposan. 
- “Ustedes me engañaron, yo no he hecho nada malo para que me traten así”, dice el hombre casi gimiendo.
- “No se preocupe, maestro. Es solo una investigación, y si no ha hecho nada, no tiene porqué temer”, dice Maldonado,
- “y por favor, quédese tranquilo, que solo vamos a revisar un poco”.

El rancho por dentro era todo un poema de desorden y suciedad. En una esquina, un fogón hecho de ladrillos, con leña aún humeante, en el centro, un chinchorro asqueroso y deshilachado, en otro rincón una especie de repisa con velas semi-consumidas y un destartalado banquito; en las paredes imágenes de María Lionza, el Negro Miguel, y fotos de artistas desnudas. En el suelo, sacos sucios, restos de aserrín, papeles dispersos, y una pala. En el –patio- trasero 3 matas de plátano, una mata de lechosa y monte.  Los policías y el Dr. Morales, ayudados por nosotros y el Jefe Civil, iniciamos una búsqueda minuciosa, de algo que pudiera incriminar al viejo. Gracias a que llevábamos algunas bolsitas, tomamos muestras de aserrín y guardamos 2 sacos con manchas negras un poco sospechosas, pues podían ser de sangre seca, aunque también podría ser sangre de chivo. Eso se sabría después de analizar todo en los laboratorios de la PTJ. .  Literalmente, no quedó ni un centímetro del rancho sin revisar, incluyendo los bolsillos inmundos del hombre.  De repente, el Jefe Civil se queda mirando una especie de –altar- hecho de piedra dedicado supuestamente a la santería y ritos que el viejo hacía. 
- “Casi se nos olvida”, dice Maldonado,” Vamos a desmantelar ese altar piedra por piedra”.

El hombre, que hasta ese momento se había mantenido tranquilo, cuando oye eso, grita:
-“¡NO, NO! , mi altar no, allí es donde rezo todos los días“. 
- “Ahora con mas razón”, dice Maldonado, y comienzan a quitar piedra por piedra, hasta llegar al suelo.

Nada, pero parece que habían removido la tierra y Maldonado pide la pala para excavar mejor.  Lo hace con mucho cuidado y de repente ve algo blanco. Sigue excavando con las manos hasta que aparecen 3 cráneos puestos  uno al lado del otro; eran cráneos pequeños, evidentemente de niños: Era la evidencia perfecta. El Dr. Morales toma fotos de todo.  El  viejo, ante tal evidencia se pone a llorar y a exclamar:
- “¡Mis niños, mis niños!”. 

Se levanta un acta y se clausura el rancho. Ya había varios curiosos que habían escuchado los lamentos del “Viejo Chivúo” y preguntando qué pasó.          

Ya en la sede de la Policía Técnica, el viejo fue pasado a la sala de interrogatorios. El hombre confesó rápidamente, que había secuestrado y matado (el dijo “sacrificado) a los niños para hacer sus ritos de brujería, aunque negó rotundamente haberlos devorado, y negándose también a revelar cómo los había raptado frente a tantas personas, como en el caso de Carlitos.  Varios vecinos llamados a declarar juraron que los había devorado, pero no se pudo probar su canibalismo, y el hombre solo podría ser condenado por asesinato. De todas maneras, se le iba condenar a la pena máxima establecida por las leyes venezolanas que es de 30 años.  Quizás fue mejor así, pues de haberse comprobado que hubo canibalismo, iba a ser un sufrimiento más para los padres. Por su precaución, el hombre fue recluido en una celda  de máxima seguridad para evitar un atentado en su contra por parte de los otros reclusos. Durante el juicio, se oyeron cosas, de que el hombre podía cambiar de aspecto y convertirse en mujer, o hacerse invisible y otras por el estilo.  Pero sí había algo sorprendente en este hombre y eran sus cambios de personalidad que dejaba perplejo a todos los guardias que lo custodiaban: algunas veces recitaba poemas de Homero, como La Ilíada y la Odisea, hablaba de Aristóteles y de Platón y que en anteriores vidas había sido filósofo, mago, o un tigre de la India, y luego caía en una especie de sopor y abatimiento. También hablaba que ni bajo tortura revelaría la forma como raptó a los niños, pues eso era un secreto profesional que se llevaría a su tumba.  Era un hombre extraño de verdad y digno de ser estudiado por sicólogos.  Sin embargo, eso no iba a ser posible, pues, a pesar de estar estrictamente vigilado, un día apareció muerto en su celda. La autopsia reveló que fue envenenado y nunca se supo cómo sucedió. Yo diría que fue el juicio de Dios.

Durante un tiempo, el grupo excursionista que formábamos recibió mucha publicidad, especialmente por parte de la prensa amarillista de entonces. Hubo entrevistas, ofrecimientos, etc. Que jamás fueron cumplidos. Nosotros simplemente nos prestábamos a esto porque nos divertía. Poco a poco, todo se fue apagando, siendo el único premio que recibimos fue un morral y una cantimplora nueva para cada uno, donados por una empresa que hacía publicidad en una radio, donde fuimos invitados por las hermanitas Ada y Ginger Alba, ambas cantantes y sobrinas de mi madre.

En cuanto a nosotros, unos continuaron sus estudios, otros, como yo, hicimos ambas cosas: trabajamos y estudiamos y los fines de semana nos poníamos nuestros morrales nuevos y nos íbamos de excursión al Ávila.

FIN


Por  Guillermo  Sáez



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