sábado, 7 de junio de 2014

PERSONAJES,


u otros recuerdos de Zaraza




Por: Guillermo Sáez Álvarez

Aunque mi madre me parió en Tucupido, según dice mi partida de nacimiento, mi vida ha estado más ligada a la Parroquia La Pastora, en Caracas, y a la población de Zaraza, en el Estado Guárico, por 2 motivos. Mis padres, aunque zaraceños de cuna, al igual que mis abuelos paternos, se trasladaron muy jóvenes a Caracas, teniendo yo solo 4 años. La Pastora fue el escenario de todas mis aventuras hasta los 24 años de edad, las cuales he narrado muchas veces, hasta casi agotar el tema.

Sin embargo, siento una especial atracción hacia la tierra de mis ancestros y en especial por algunos de sus personajes de los cuales se me ha antojado hablar hoy, aunque ya lo haya hecho en otras oportunidades.

Minina, siempre Minina, mi querida cuñada. En una ocasión dije que la Madre Teresa vive en la calle Los Naranjos No. 20. Es una dirección que tengo atravesada en la mente desde la época en que le enviábamos giros telegráficos a falta de algo más moderno. Minina y su casita que nunca quiso abandonar, y que no abandonará hasta su muerte. A ella la tienen sin cuidado las incomodidades. Allí, entre sus cuatro paredes, o cinco, no importa, atiende por igual, sin ningún complejo, a quien tenga la gentileza de visitarla, y ténganlo por seguro; pocos se van sin probar su sabrosa comida.

Hoy mismo, con el peso de los años y la fastidiosa artritis, adolorida y todo se esfuerza por quedar bien con sus visitantes. Si alguien merece llevar el apellido Urbina es ella. Minina es sinónimo de la calle Los Naranjos, como Los Naranjos son sinónimo de Minina. Recuerdo que siendo más joven, su casita era el paradero de casi todos sus sobrinos a quienes cuidaba con amor. En estos tiempos, el teléfono

Nos ha acercado más, y sus pláticas telefónicas con Elena duran y duran y duran, y dejan el teléfono caliente, y los oídos con un pito.

De Zaraza a la aldea Las Escorzoneras hay un paso, ahí mismito, como se dice en el llano, y como me decía mi suegro;

- ”acompáñeme ahí mismito”.

Cuando vamos a Zaraza, es imposible no visitar a Manuelito Sáez, pasando, por supuesto, por El Caro de la Negra, la entrada propiamente dicha a la simpática aldea, no sin antes refrescarnos el gañote con una fría.

Recuerdo que yo siempre tenía un carrito medio desguañangado, pero que nunca nos abochornaba dejándonos en la carretera.

El camino hacia Las Escorzoneras, de tierra y serpenteante, seco y polvoriento en verano y embarrialado en invierno, nos conducía a otra casa donde éramos recibidos como príncipes; era la casa de Manuel Sáez, “Manuelito”, como lo llamábamos cariñosamente. Manuelito era la genuina representación del legítimo llanero; atento hasta más no poder, quien no disimulaba su alegría al vernos al igual que nosotros. Su mujer, Simona, una simpática morena de quien se enamoró en Zaraza y se la llevó a vivir con él. Al vernos, ella ya sabía que ese día se sacrificaría un lechón en honor nuestro acompañado de las respectivas arepas, mantequilla, queso y demás yerbas aromáticas, sin faltar, por supuesto, el traguito de aguardiente o la cervecita fría.

Antes de continuar, debo decir o se pone bravo mi sobrino Carlos, que Las Escorzoneras fue fundada por su padre lo que es cierto.

El paseo no hubiera sido completo si no vamos al trapiche, que también quedaba “ahí mismito” aunque esta vez de verdad, o al levantarnos, (porque siempre nos quedábamos esa noche), acompañar a Manuelito al ordeño, y tomarse una totuma de leche al pie de la ubre.

Cuando digo que Manuelito era la estampa del legítimo llanero, no miento.

Y para muestra un botón que me hace recordar a Joselo: -usted y que tiene mucho ganado- sí, si tengo. Pero no todo es suyo- no, no todo es mío-Dicen que tiene algunas al tercio -sí, al tercio las tengo- ¿y las ordeña todas? -sí, las ordeño todas- ¿Pero alguien debe ayudarlo? -si alguien me ayuda-, etc. Era pequeño, ágil, y de una gran energía.

Una vez estuvo de visita mi sobrino Carlos, y armados de dos escopetas calibre 24 se nos ocurrió salir a cazar guacharacas que abundan por esos montes, y las acorralamos entre dos árboles. Total, hicimos un desguace y nos llevamos a la casa como veinte “y que” para hacer un sancocho, del cual solo tomamos el caldo.

Los alrededores de la casa son monte y culebra, aunque sí hay una fauna de monos, conejos y guacharacas, aparte de gran variedad de pájaros.

El clima es sumamente caluroso, sin embargo, hay un personaje muy pintoresco que anda de paltó y corbata, quizás para proteger su status de “picapleitos”. Su nombre: Heriberto Ortuño.

Las visitas a Manuelito siempre nos dejaron una gran satisfacción, un sabor agradable y muchas ganas de volver.

Es casi imposible al visitar Las Escorzoneras, rodar un poco más y pasar por una casa muy agradable; la de José Manuel Ron (y vaya que le gusta su apellido) , aunque si es escocés mejor. Tiene un carro Mercedes que de tanto ir a Zaraza, se conoce el camino pues de otro modo, con las peas que agarra o agarraba, el carro llegaba solo.

Aunque ya lo dije en otro escrito; una vez monté mi caballete y pinté su casa,

Cuadro que me llevé a Caracas como un buen recuerdo. Años más tarde lo vendí por un buen precio a un amigo.

Un poquito más allá pasamos por Jobito, el lugar donde Tiota pasó su juventud. Aún la casa de tejas se conserva.

Y ahí mismito nos tropezamos con la casa de Lila, hermana de Elena y Juan Laya, su esposo y próspero ganadero, donde aprovechamos para descansar antes de emprender el regreso a Zaraza.

Otro personaje del cual es imposible no hablar es Isaac Castejón, pero antes quisiera mencionar a Puro, esposo de Fita. Mientras vivió actuó como veterinario, aunque empírico, los ganaderos lo preferían por su gran experiencia. Llegó, incluso a efectuar operaciones quirúrgicas.

Isaac compartió su vida entre Caracas y Zaraza.  En Caracas, específicamente en Los Dos Caminos fue propietario de un negocio de ferretería y Materiales de Construcción muy próspero, negocio que luego instaló su hijo en la Avenida Morán. Vivió en Colinas de Vista Alegre en una casa que le construyó otro de sus hijos, ingeniero, y fue dueño de varias casas en Caracas, hasta su regreso a Zaraza, donde se instaló en el sitio llamado Los Morados, donde su mismo hijo, el ingeniero, le hizo una réplica de la casa de Caracas.

La mayoría de los personajes que aquí menciono, salvo Minina y Carlos Castejón, han muerto. Sin embargo, nuestra familia en Zaraza, entre sobrinos y primos, es muy numerosa, sobre  todo por la parte de Elena, mi esposa. Creo que superan en número a mis familiares tanto en Caracas como en Margarita.

Por: Guillermo Sáez Álvarez,
enero 2014.



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